(…) Sin duda, hay dolores humanos que no se pueden evitar, pero hay muchos dolores que son evitables o que pueden vivirse de manera totalmente distinta. Entre muchas otras cosas, para eso sirve –o en todo caso, debe servir– el poder. El poder del Estado, como tal y como voluntad política, sirve para aumentar la esperanza de vida, para crear oportunidades donde no las ha habido y para disminuir los riesgos que existen, de tantas formas, todos los días. Puede crear mecanismos para acceder a bienes y servicios de todo tipo sin que las condiciones de identidad o características personales sean motivo de exclusión. El poder debe abrir caminos y puertas a la inclusión y debe ser garante del respeto a la dignidad (…)
(…) Garantizar el respeto y la convivencia armónica también es posible desde el poder. El poder del Estado, el de las asociaciones privadas, el de las personas, pueden dar protección y desarrollo para quienes más los requieren. Pueden dar seguridad pública, humana y social, para todas las personas. Brindar mecanismos para hacer que nos sintamos seguros y protegidos por los gobiernos y que tengamos motivos para salir de casa por las mañanas, y medios para regresar a ella. Pero también sirve para destruir y restar, particularmente cuando se vulneran leyes, derechos y compromisos asumidos por el Estado. Cuando se cree que de la ley sólo hay que cumplir aquello con lo que se está de acuerdo, entonces el poder permite e institucionaliza prácticas que violan los derechos humanos. Puede usarse para justificar la discriminación, para no actuar ante distintas formas de violencia. Puede afectar mucho la vida de muchas personas y las puede dejar, incluso, sin la propia vida (…)
(…)Creo que, generalmente sin conciencia, miramos la otredad con distintas miradas discriminatorias. Con el ojo autoritario del amo, que supone el punto de vista de quién decide, de quién define, quién ordena sin que medie negociación; miramos con el ojo excluyente del cadenero del antro, prototipo de la conducta de exclusión selectiva y de la aplicación inmediata de estereotipos y prejuicios, y decidimos a quién le permitimos algo y a quién no. También miramos desde la autodefinición de superioridad, desde la creencia de tener los únicos valores correctos, y no nos damos cuenta de lo que producen nuestras miradas en los demás. A veces miramos descalificando a priori. O incluso miramos sin mirar, autorreferenciadamente, y creemos que si yo estoy bien, los demás también lo están. Y si no es así, se debe a que no quieren, o porque no les toca, porque perdieron su derecho a ser miradas o mirados (…)
(…) la distinción irracional, desventajosa, sistemática e injusta que supone la discriminación, no viene de las características de la persona o del grupo que es víctima de ella, sino del ojo que le mira. El problema no es la homosexualidad, sino la homofobia. No es la discapacidad, sino una sociedad pensada para personas sin discapacidad. No es el tono de la piel, sino lo que nos representa. No es el tipo de trabajo que se realiza, sino la desigualdad laboral. No es la diversidad, sino cómo la identificamos con riesgo (…)
(…)Combatir la discriminación requiere mejores leyes, mucho mejores; otra perspectiva de las políticas públicas; un concepto integral e íntegro de justicia; campañas educativas que promuevan otra cultura… pero creo que también requiere mucha valentía personal y colectiva. Valentía para enfrentar mis prejuicios; para aceptar que mi identidad sexual no define la de los demás; para respetar a quien piensa políticamente distinto y no descalificarlo por ello; para darme cuenta de que mi Dios seguramente respeta a quienes creen en otras deidades y a quienes no creen; para asumir que no soy menos hombre por hacer trabajo doméstico, pero si soy menos si no lo hago; para saber de qué manera contribuyo a sostener privilegios injustos que imposibilitan la equidad; para vivir según criterios éticos y no según lo social o políticamente correcto. Valentía para impulsar cada día la igualdad y la democracia, aunque ello implique que cambie mi forma de mirar, de mirarme, de mirar la otredad (…)
Ricardo Bucio Mujica «El poder de las miradas» del libro «Miradas a la discriminación» de CONAPRED