La lectura «Intersecciones: cuerpos y sexualidades»se puede consultar aquí.
La lectura de “Passing, enmascaramiento y estrategias identitarias: diversidades funcionales y sexualidades no-normativas” de Paco Guzmán y Lucas Platero resulta muy interesante por dos grandes razones: en primer lugar, la aportación conceptual que brinda a la diversidad no normativa el entendimiento de la diversidad funcional; en segundo, la propia intersección de la sexualidad no normativa corporizada en cuerpos diversamente funcionales.
Como parte de lo primero, me resultó novedoso conocer la Teoría Crip y entender las grandes similitudes que tiene con la Teoría Queer al cuestionar la naturalización de las normas sociales de apropiarnos el cuerpo y la sexualidad y que parecieran ser universales.
Si la Teoría Queer visibiliza y denuncia la heteronormatividad de la sociedad, la homonormatividad dentro del llamado colectivo LGBTIQ y ha acuñado nuevos conceptos para visibilizar formas de violencia que se aplican a los cuerpos no normados como el cisexismo y la transmisoginia, por ejemplo, la Teoría Crip aporta el concepto de “capacitismo” que entendería como el prejuicio de suponer que los cuerpos y mentes que se alejan de una idea de capacidad productiva, individual y autónoma -intensificada por la influencia capitalista de la productividad- son inferiores, asexuales, enfermos, invisibles y/o subnormales. En una intersección religiosa, el capacitismo puede devenir en considerar estos cuerpos y mentes como formas de pecado y/o depositarios de actos asistencialistas que perpetúan el estereotipo de dependencia o infantilismo.
La propia Teoría Crip se reapropia de un concepto de origen despectivo como lo “Cripple” (como tullido) para visibilizar y denunciar el capacitismo, tal y como la Teoría Queer lo ha hecho de las diversas formas de violencia y exclusión a las que son sometidas las personas con identidades y expresiones sexogenéricas no normativas.
Como señalan Guzmán y Platero: “ambos términos reclaman la diferencia como un lugar legítimo” como una “reafirmación pública de una identidad atribuida”, por lo tanto, señalan, una audacia.
En ese sentido, la Teoría Crip aporta el concepto de diversidad funcional alejado del modelo médico de discapacidad tal y como las identidades de la diversidad sexual no normativa -como las personas gays y lesbianas y las personas trans- han luchado por alejarse del discurso patologizante de la ciencia médica.
De la misma forma en que las personas de la diversidad sexual no normativa hemos ido explorando la construcción de identidades colectivas como población LGBT o mujeres trans feministas, la diversidad funcional ha explorado la creación de procesos de identificación colectiva como las minorías lingüísticas como las personas con sordera.
Por lo tanto, las minorías –tanto sexuales no normativas como funcionales- se convierten en agentes de cambio para genera conciencia y empoderamiento mediante diferentes estrategias de afrontamiento o maneras de enfrentarse a las dificultades que se presenten y que han sido recuperadas tanto por la Teoría Queer como la Crip, por ejemplo:
- Passing y Enmascaramiento: El “passing” como la idea de pasar como alguien asimilable o asimilado dentro de las reglas convencionales de “normalidad” tanto como un cuerpo o una mente “capaz” o como un cuerpo alineado a la matriz cis-heteronormativa. El enmascaramiento, sería parte del esfuerzo para acercarse a ese ideal de “pasabilidad” y que implicaría altos costes psicológicos y físicos por exigir a un cuerpo o una mente una materialización ajena a lo que realmente hace sentir cómoda a la persona. Platero y Sánchez le llaman “ocultación”. En el caso de las personas trans, sería el equivalente a vivir “stealth” o invisible, y quizás este concepto de invisibilidad pueda también aplicarse a la diversidad funcional que tiene posibilidades de “pasar” y “enmascararse”.
- La visibilización: que sería más bien una acción consciente con un objetivo político de reivindicar la re-apropiación de un cuerpo no normativo ni sexualmente ni funcional pero igualmente válido y digno. Como una forma de confrontar el “capacitismo” y las diferentes formas de violencia que surgen del sistema cis-heteronormativo.
Ahora bien, los cuerpos donde se intersecciona la diversidad funcional con la diversidad sexual no normativa creo que tienen grandes posibilidades de convertirse en una veta de ilustración al explorar y consolidar identidades múltiples dando forma a lo que los autores llaman “interseccionalidad estructural” como “ir más allá de la delimitación de los ámbitos de la diversidad sexual y diversidad funcional como similares, se trata de sumergirnos en los efectos vividos de las personas”.
Lo anterior permitiría el surgimiento de lo que los autores llaman interseccionalidad política como ese conjunto de estrategias sociales y políticas de mantener al margen la diversidad funcional y sexual no normativa bajo la perpetuación del argumento que “hay otros temas de mayor importancia” o “no son problemas de la mayoría” y que fortalecen el mito de la normalidad pero también la exclusión y marginación de quienes nos alejamos a esa idea de “normalidad”.
De esta forma, me parece que el propio concepto de transfeminismo se enriquece y redimensiona a partir de estos dos conceptos de intersección estructural o identidad múltiple para leer como se corporizan y sexualizan las diferentes normas y estructuras de poder de la organización social como la matriz cis-heteronormativa, la edad, la etnia, la religión, la “capacidad”, la clase social, entre otras, en un mismo cuerpo.
Ambas teorías buscan modificar las estructuras que devienen en construcciones sociales de la diversidad funcional y diversidad sexual no normativa ya que la matriz heterosexual invisibiliza y sanciona a lo diferente o “anormal” por alejarse de los ideales de la reproducción por medio del coito tradicional y limitan a su vez el surgimiento de otras posibilidades de manifestación del deseo y del disfrute del erotismo.
Otro aspecto en común de ambas teorías es la visibilización de las formas de violencia que sufren la diversidad funcional y la sexualmente no normativa.
Así como la transfobia hacia las mujeres trans deriva en una transmisoginia las mujeres con diversidad funcional, especialmente mental, sufren de una especie de capacitismo misógino bajo el prejuicio que las mujeres tenemos el potencial de ser histéricas o “locas”.
Con respecto al deseo y las prácticas sexuales, creo que las personas de la diversidad funcional y de la diversidad sexual, especialmente las personas trans, compartimos el prejuicio de no ser consideradas como parejas potenciales o sexualmente deseables más allá del morbo que implica una experiencia sexual con alguien “freak”.
Otras formas de violencia es el grado de vulnerabilidad social, económica y política que tanto las personas de la diversidad funcional y de la diversidad sexual no normativa tenemos en común. Las primeras por parte de sus personas cuidadoras y ambas por parte de una sociedad que considera que no tenemos un espacio digno ni deseable que ocupar dentro de la vida social y que, muchas veces, introyectamos dentro del proceso de construcción de nuestra identidad en demérito, incluso, del ejercicio autónomo de nuestra ciudadanía.
Quizás las personas de la diversidad funcional que son dependientes de apoyos humanos y dispositivos para realizar cualquier actividad pueden convertirse en una veta de ilustración para explorar la idea del cuerpo cybergrotesco[1] como una forma de bricolaje de resistencia de la producción[2] como señala María Rubio en “El ojo saturado del placer”.[3]
Pareciera que existe menos presión social para ejercer una sexualidad normativa para quienes forman parte de la diversidad funcional dado que la sociedad asume dichos cuerpos como asexuales lo que permite que exploren con, aparente menos presión social, un erotismo no normativo.
Quizás el reto que viven las personas de la diversidad funcional como las personas de la diversidad sexualmente no normativa es, como señala Sofía Argüello, generar procesos de identificación estratégicas y temporales para asegurar procesos de agenciamiento en la vida pública y política y evitar el riesgo de generar “guetos” o comunidades cerradas que a la postre esencialicen o naturalicen retroactivamente el reclamo a la diferencia.
Rebeca Garza
[1] Tecnológico-grotesco (…) como propone Donna Haraway, una suerte de escritura que se inscribe en lo tecnológico mientras se define, se abre al “mundo alien” y es atravesado por él, intersectado por las prácticas sociales en las que ese sujeto es.”
[2] Relectura del producto de consumo y elaboración-reciclaje que contraría el desarrollo lineal, el progreso indefinido sin respetar límites, bordes, posiciones, reglas ubicándose en el medio, en lo ambigüo y en lo mezclado.
[3] Ruido, M. (2000). El ojo saturado de placer. Sobre fragmentación, porno-evidencia y bricotecnología.
Banda aparte. (18):51-62.