El concepto de empoderamiento fue acuñado en la IV Conferencia Mundial de Beijing en 1995 para “referirse al aumento de la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder”. Actualmente, en diferentes sitios lo definen como “la toma de conciencia del poder que individual y colectivamente ostentan las mujeres y que tiene que ver con la recuperación de la propia dignidad de las mujeres como personas”.
Por tanto, ¿cómo trabajar el empoderamiento hacia las mujeres sin caer en esencialismos o en ideas simplificadoras?
Si partimos que el “ser mujer” –lo mismo que el “ser hombre”, “ser indígena”, “ser trans” o cualquier otra identidad- es una construcción social de acuerdo a contextos históricos determinados más que un producto dado por la naturaleza y que son los cuerpos asumidos como “femeninos” quienes simbólica y socialmente son clasificados y jerarquizados en clave de subordinación, es probable que comprendamos no sólo las causas contextuales e históricas para erradicarlas sino que tengamos una aproximación hacia ideas de violencias de género más interseccionales y, por tanto, más contextuales e incluyentes.
Hablar de empoderamiento implica reconocer que existen brechas de desigualdad, violencia generalizada y un entorno social y cultural que introyecta que ciertos cuerpos asumidos como “masculinos” se consideren con el privilegio de dominar y subordinar a aquellos identificados como “femeninos”.
De esta forma, me parece que una de las principales claves para trabajar un empoderamiento que no devenga en la generación de fronteras imaginarias –que a la postre separen- dentro de los diversos grupos de mujeres categorizados por clase, grupo étnico, diversidad sexual, corporal o funcional, o en diversos contextos sociales de vulnerabilidad como quienes viven situación de migración, indocumentación o prostitución involucra reflexionar críticamente los discursos que hemos introyectado, muchas veces inconscientemente, para identificar no sólo las barreras simbólicas, sociales, políticas y económicas que dificultan el acceso a espacios de poder sino también reconocer los pocos, pero al fin y al cabo, privilegios dentro de la diversidad que implica ser mujer para comprender las diferentes prioridades y posicionamientos políticos de cada grupo con el objeto de poder construir puentes que generen alianzas, aunque sean temporales, para el logro de objetivos relacionados con los grandes desafíos que tenemos todas las mujeres y otros grupos oprimidos.
A partir de la construcción de estas alianzas entre diversos grupos podemos generar sinergias para presionar con mayor fuerza a los grupos hegemónicos por mayores y mejores espacios para TODAS las mujeres y los grupos históricamente excluidos del poder.
La subordinación de las mujeres está intrínsicamente relacionada con la constitución de las identidades masculinas tanto a nivel social como subjetivo. Por lo que el empoderamiento de las mujeres no puede asumirse de forma aislada de dichos procesos que participan en la constitución de las identidades masculinas. De ahí que conforme las mujeres –e identidades disidentes- avanzan en espacios de poder o de visibilización se activan las diferentes formas de violencia. El poder político, económico y social no sólo implica un lugar privilegiado de estatus sino que se vuelve en elemento “esencial” de aquello que participa en la constitución de la identidad de “ser hombre”. De ahí que los discursos tradicionalistas a favor de levantar fronteras que den la idea de consistencia y solidez que remarquen la diferencia sexual, étnica, económica y migratoria empiecen a cobrar fuerza.
Las opresiones que vivimos son muchas (el sistema sexo/género, el patriarcado, el sistema de explotación capitalista neoliberal, las colonizaciones ideológicas y raciales, etc) y aunque subjetivamente podamos priorizarlas de diferente manera, todas estas participan activa y de forma compleja en los cuerpos que no nos ajustamos a aquello que se considera la norma cis-andro-heterocéntrica, blanco-burguesa, funcional y binariamente corporal.
Ante el resurgimiento de movimientos y posicionamientos políticos con fuertes raíces fundamentalistas religiosas y machistas que alimentan los discursos que claman por el surgimiento de fronteras que nos separen para mantener la idea de un orden social inalterado que sirvan de contrapesos contra los avances hacia la igualdad y la convivencia pacífica de la pluralidad me parece que la construcción de estas redes entre los diversos grupos de mujeres se volverán estratégicas para apostar a estrategias y proyectos éticos y políticos que nos incluyan a todas las personas y sostenga siempre una mirada crítica hacia lo que se siga, en un momento dado, excluyendo o invisibilizando, para garantizar así el avance progresivo a la conformación de verdaderas ciudadanías integrales.
Rebeca Garza
@Rivka_Azatl
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