*A propósito de la Marea Verde 2018 en Oaxaca
Contenido
Sobre las lógicas de exclusión hacia personas trans* a partir de la teoría performativa. 5
Resumen
En este ensayo se retoma la teoría performativa de Judith Butler para comprender las lógicas de exclusión hacia las poblaciones trans* y que actualmente son socialmente legitimadas tomando como ejemplo introductorio la Marea Verde 2018 de Oaxaca en donde se optó por una marcha “Separatista”. Por lo tanto, la primera parte del trabajo cuestiona lo problemático que se vuelve la polisemia de la palabra “Separatista” en contextos sociales de poder y de subordinación, especialmente para aquellas corporalidades de las diversidades sexuales y de género históricamente invisibilidadas y excluidas. En la segunda parte, se retoman los trabajos en el análisis del lenguaje fílmico de Hortensia Moreno articulado con la teoría performativa de Butler y los conceptos de Julia Serano para proponer otros acercamientos a las violencias de género como prácticas performativas que pueden ser violentas ya no solo para oprimir a sujetos generizados bajo lógicas de subordinación sino para mantener la consistencia y materialidad de las corporalidades hegemónicas generizadas en donde el lenguaje juega un papel importante como herramienta de control de los cuerpos en contextos de poder.
Introducción
El 28 de septiembre de 2018 se organizó en Oaxaca la activación social y política de la Marea Verde, heredera del movimiento argentino, a favor de la despenalización del aborto. Uno de los acuerdos de las personas organizadoras de la marcha –todas mujeres cisgénero- fue optar por una marcha denominada “separatista”. Las personas trans* preguntamos si el concepto de separatismo incluía a las mujeres trans* que aunque no tenemos cuerpos gestantes siempre hemos sido aliadas sobre el tema del aborto libre, seguro y gratuito pero también se preguntó si se contemplaba la presencia de hombres trans* cuyas corporalidades tienen la capacidad de gestar y, por lo tanto, de abortar pero su expresión de género masculina podría ser leída como una amenaza del movimiento separatista. También se preguntó sobre la invisibilidad hacia los cuerpos intersex.
La respuesta que recibimos las personas trans* de parte de las personas organizadoras fue que se había acordado que sería solo una marcha de “mujeres” (entendida como mujeres cisgénero o “nacidas mujeres”). Se nos pidió respetar éstos acuerdos y que, aunque no rechazarían la presencia de personas trans*, preferirían que no lo hiciéramos.
Los colectivos de las personas trans* en Oaxaca acordamos respetar esos acuerdos aunque no coincidiéramos con la exclusión hacia nuestras poblaciones ni conociéramos las razones. A su vez, les informamos a las personas organizadoras que ejerceríamos nuestra obligación ética transfeminista de señalar y cuestionar lo que nos parecía una lógica de jerarquización de las identidades cis con respecto de las identidades trans* ejerciendo nuestro derecho al diálogo democrático y racional por lo que organizaríamos una campaña de difusión en redes sociales con la finalidad de sumar –no restar, desacreditar, boicotear ni mucho menos robar protagonismos a las personas organizadoras- ya que habíamos decidido no tomar las calles ni activar ninguna otra marcha por respeto a los trabajos y a la logística que llevaban semanas en marcha y de que, cuya convocatoria, las personas trans* en Oaxaca desconocíamos.
También se les informó a las personas organizadoras que el objetivo de la campaña en redes sociales[1] sería para fortalecer en Oaxaca una Marea Verde más incluyente e interseccional que reconociera el derecho al aborto libre, seguro y gratuito de otras corporalidades gestantes como hombres trans* y personas intersex. Y así se implementó, no sin cuestionamientos y controversias de diferente naturaleza propias de un entorno y debate democrático.
Marea Verde Oaxaca 2018 y la problemática polisemia de la palabra “Separatista” y sus implicaciones políticas
“Las poblaciones #trans también deciden sobre su cuerpo: ¡aborto legal, gratuito y seguro para todas las corporalidades gestantes.”
A propósito de los diálogos[2] sostenidos en las redes sociales entre integrantes de la Marea Verde Oaxaca 2018 y personas de las poblaciones trans* es importante y urgente reflexionar acerca de lo problemática que puede ser la palabra “Separatista” por su polisemia dentro de las estructuras de poder especialmente cuando hablamos de diversidades corporales, sexuales y de género.
Para algunas personas cis la palabra “Separatista” puede ser entendida claramente como la exclusión de los hombres cis incluyendo en esta categoría a las mujeres trans* e invisibilizando las necesidades de los cuerpos gestantes de los hombres trans* y las personas intersex. Esto abre toda una veta de discusión profunda hacia las mismas raíces de varios movimientos a favor de la igualdad y la no discriminación por razones de identidades y expresiones de género así como por las diversidades corporales que trastocan las ideas convencionales de “hombres y mujeres de nacimiento” y los privilegios de nacimientos relacionados con estas corporalidades.
Por otra parte, principalmente las personas trans* somos quienes hemos enfrentado y sufrido durante años -muchas veces desde la infancia- la reiterada y sistemática exclusión y negación acerca de nuestras identidades y expresiones de género y, en el mejor de los casos, hemos padecido la histórica invisibilización de nuestras diversidades corporales, la negación al acceso efectivo a derechos fundamentales y en el mejor de los casos, los hemos podido ejercer con hartos obstáculos alimentados por prejuicios sociales; por lo tanto, la polisemia alrededor de la palabra “Separatista” cobra otro sentido para las poblaciones de las diversidades sexuales y de género como para las poblaciones trans* por lo que inevitablemente nos inquieta siempre preguntar si estamos incluidxs o no en determinados espacios y por qué razones.
Bajo lógicas sociales binarias, la certidumbre social y jurídica sobre los espacios a los que sí pueden acceder las personas cisgénero y cuáles no, son privilegios de los no suelen estar conscientes ni les producen el mismo nivel de ansiedad cotidiana que sí solemos padecer las personas trans* y no binarias. Las personas trans* no solemos tener la certeza social ni jurídica de que todos los espacios públicos y privados en los que ingresemos serán 100% libres de violencias para nosotrxs.
Estos contextos de histórica exclusión y cuestionamiento a nuestras identidades frecuentemente nos llevan a preguntar a en qué espacios sí estamos contempladxs y en cuáles no. Sin embargo, tristemente estas preguntas suelen ser interpretadas como intenciones de apropiación de los discursos y de los movimientos sociales y es comprensible porque generalmente muchas personas cisgénero viven con la certidumbre cotidiana sobre los espacios y movimientos sociales a los que sí pueden acceder sin riesgos a que se les rechace su identidad y/o expresión de género y por consecuencia el acceso a ciertos espacios y que muchos involucran a su vez el acceso a un derecho humano que van desde acceder a sanitarios, a vagones del metro que brinden seguridad, a la paridad de género en candidaturas y hasta al acceso a ciertos espacios públicos como en algunos movimientos sociales.
Particularmente en sistemas sexo/genero rígidos y binarios judeocristianos como el mexicano que no ofrecen espacios seguros para que los cuerpos que no nos ajustamos a estas lógicas resultan legítimas e indispensable, por seguridad y por supervivencia, que tengamos que expresar nuestras preguntas, dudas e inquietudes sobre los espacios a los que podemos acceder en donde podamos tener garantizada nuestra integridad física y emocional. Recordemos que México es el segundo país donde más asesinan a personas trans* en el mundo.
Por supuesto que las poblaciones trans* respaldamos la Marea Verde. No podría ser de otra forma. Pero también un gran sector de las poblaciones trans* proponemos que sea un Maremoto Interseccional que también reconozca las necesidades de acceder a abortos libres y gratuitos de los cuerpos gestantes de los hombres trans* y las personas intersex. Comparto con Siobhan Guerrero Mc Manus[3], académica transfeminista mexicana, que el separatismo no debería estar reñido con la interseccionalidad.
Por otra parte, también es pertinente reflexionar sobre la inclusión de la alianzas de las mujeres trans* en la Marea Verde porque si el impedimento es que nuestros cuerpos no son gestantes ¿qué sucede con las mujeres cis que tampoco tienen posibilidades de gestar? ¿Ellas tampoco podrán ser convocadas marcha?
Es importante insistir que estos cuestionamientos no pretenden fragmentar ningún movimiento social como la marea verde sino al contrario, sostienen la invitación de cuestionar nuestras cotidianas lógicas de subordinación de unos cuerpos sobre otros y que quizás ya hemos normalizado.
Si la marea verde logra incidir en las y los legisladores es menester que todas las necesidades de todos estos cuerpos deben ser tomadas en cuenta, de lo contrario se correría el riesgo de que algunos sectores de la población puedan efectivamente lograr el derecho de acceder al aborto libre, seguro y gratuito y otros grupos no, generalmente también vulnerados por categorías de clase, étnico-raciales y diversidades funcionales, capacitistas y corporales.
Sobre las lógicas de exclusión hacia personas trans* a partir de la teoría performativa[4]
Lo anterior nos obliga a revisar y cuestionar las lógicas de subordinación que pueden seguirse perpetuando en todos los espacios sociales, de los que no están exentos los diversos movimientos feministas que, aunque el fin último sea la igualdad sustantiva no estamos exentas de replicar lógicas que incluso pueden ser violentas al jerarquizar, excluir o incluso fortalecer el esencialismo biológico aparentemente superado al momento de abordar derechos sexuales y reproductivos en clave de género a favor de ciertos grupos humanos e invisibilizando a otros considerados no naturales o no biológicos, como sucede con los cuerpos trans* e incluso los cuerpos intersex o diversamente funcionales.
Es en este planteamiento donde la aplicación de la teoría performativa de Butler puede ser útil tanto para entender los procesos de constitución de las identidades/identificaciones en contextos de poder como para construir mejores alianzas estratégicas entre los diferentes grupos de sujetos evitando caer en el reverso de la diferencia y los consecuentes actos violentos sin perder de vista las contextualizadas de cada estrategia política.
Butler considera que la identidad es instituida por la repetición estilizada de actos; y, el género, por la estilización del cuerpo como gestos corporales, movimientos, normas de todo tipo, etc., y esto genera la ilusión de un yo generizado permanente en donde el concepto de género se conceptualiza como una temporalidad social constituida. Por lo tanto, considera que para transformar el género nos podemos apoyar en diferentes maneras de repetición de actos; mediante la ruptura de actos; o, mediante la repetición subversiva de ese estilo.[5]
Mientras que las teorías feministas de la tercera ola consideran al cuerpo como un hecho ya predeterminado tanto de forma natural, cultural o lingüística; Butler lo considera como una “herencia de actos sedimentados, renovados, revisados y consolidados con el tiempo”, y es en esa repetición donde encuentra la clave para la subversión.
Las identidades trans* son modalidades de género que no se pueden entender dentro de las categorías binarias de género, en contextos de poder y sin problematizar la diferencia sexual.
Si la teoría performativa permite entender la conformación de las identidades modernas, especialmente aquellas que confrontan la matriz heterosexual, ¿es posible entender a su vez a las violencias de género hacia las identidades no binarias, como las trans*, como una intervención subjetiva, social y agresiva con el objeto de romper la iterabilidad que da consistencia a dichas identidades subversivas? ¿Si la transformación del género se puede lograr a través de la repetición de actos diferentes, las violencias de género hacia las personas trans* pueden ser entendidas como una contra-fuerza que no sólo nos sanciona sino que también tienen el objetivo de fragmentar y desaparecer a las identidades emergentes no cis-binarias para dar consistencia y legitimidad a la ilusión de las identidades cis-heterobinarias hegemónicas como naturales y auténticas?
Partiendo de las reflexiones de Butler, se entiende el concepto de género como un performance repetido (re-actuado y re-experimentado) dentro de un conjunto de significados ya socialmente establecidos por lo que es tanto un acto individual como una experiencia compartida dentro de una acción colectiva donde se adquieren estilos de modo generizados estratégicamente establecidos para mantenerlos dentro de un marco binario y hacer cumplir el mandato de la procreación heterosexual, en otras palabras, como “representación performativa es un acto que construye la ficción social de su propia interioridad psicológica” que naturaliza la idea del sexo y deviene en la esencialización de la diferencia sexual a partir de la idea de dos sexos opuestos y complementarios.
Lo anterior genera un cambio radical en los análisis (trans) feministas donde es el género el que antecede al sexo y donde la diferencia sexual deja de ser el único rasgo esencial que deba dividir a la especie humana en dos grandes grupos.
Por lo tanto, no existen géneros ni sexos verdaderos o falsos, reales o aparentes, sino que todos son construcciones subjetivas-históricas contingentes. Unos más más legitimados y autorizados en tanto que otros son sistemáticamente excluidos a partir de un eje normalizador que es la diferencia sexual que se legitima en el deseo cis-heterosexual y tiene su máxima representación en la procreación.
Esta forma de entender al género ha permitido comprender el surgimiento de nuevos sujetos generizados como las personas trans* en contextos de sistemas sexo/género modernos rígidos bio-médicos occidentales[6] donde los desplazamientos de la iterabilidad del performance del género han tendido a ser alineados a la diferencia sexual partir del surgimiento de las tecnologías de género como las terapias de reemplazo hormonal, las cirugías de reasignación sexual, las cirugías de feminización facial o de voz o partir del surgimiento de narrativas que también se articulan a partir de la diferencia sexual como el cambio de sexo como una meta aspiracional y/o requisito burocrático para que el Estado reconozca derechos, como los de la identidad a las personas trans*; o bien, que estas identidades trans* también suelen ser sancionadas a partir de políticas de verdad que las patologizan o las criminalizan, colocándolas nuevamente en el lugar de la abyección.
Por lo tanto, las identidades trans* no han estado exentas de padecer violencias de género debido a estas estructuras simbólicas, sociales y jurídicas que se sostienen en la existencia de un binarismo violento y opresor.
Sin embargo, hay que comprender a las violencias de género más allá de la idea de la diferencia sexual de tal forma que su aproximación no remita a la esencialización de los cuerpos que invisibilicen o minimicen las violencias que vivimos las personas trans*[7].
De esta forma se propone abordar como violencia de género cualquier acto o discurso que tenga por objeto limitar, anular o invisibilizar los diversos desplazamientos del performance de género para obligarlo a ajustarse a la matriz binaria cis-heterosexual influenciados a su vez por categorías como la clase social, el grupo étnico, el capacitismo, el estatus migratorio, entre otros factores globales o locales que puedan participar como tecnologías de control de género complejo.
Se considera que comprender las violencias de género a partir de la performatividad tiene el potencial de reconocer que son ciertos performances de género que devienen en la materialización de ciertas corporalidades, lo que desencadena su reconocimiento y asimilación dentro del sistema sexo/género o, por el contrario, su rechazo y consecuente expulsión.
Asimismo, que en el continuo proceso de ordenar y jerarquizar lo simbólico para dar consistencia a nuestras identidades durante la iterabilidad del performance de género ninguna persona está exenta de elaborar actos o discursos que nos coloquen en un nivel de superioridad con respecto de otras personas al momento de generizarnos, especialmente cuando en este proceso de hacer género se involucran de forma compleja las diferentes lógicas de ordenamiento interseccional.[8]
Por lo tanto, si se entienden a las violencias de género como una misma fuerza de naturaleza opuesta a los desplazamientos de la iterabilidad del género se propone que su análisis se pueda realizar a partir de los cuatro planos que desarrolla Hortensia Moreno para al análisis del discurso fílmico:[9] en donde la discursividad legitime o rechace los procesos de formación subjetiva y representación de la realidad con respecto de la matriz cis-heterosexual; en donde sólo ciertas performatividades de género sean consideradas como válidas o superiores dentro de los mecanismos de formación de la identidades; en donde la influencia del lenguaje en la construcción del contexto social sólo determine o considere como válidas o reales ciertas condiciones de posibilidad en el acto del habla; y el vínculo entre la performatividad y el performance (vigencia y límites) impida, niegue, invisibilice o anule ciertas condiciones para la materialidad de las corporalidades disidentes.
En el primer plano de análisis correspondería identificar contextos de relaciones de poder que impedirían que el cuerpo adquiera el significado que permita su desplazamiento de la norma de género. Por lo tanto, implicaría el ejercicio de una fuerza ilocucionaria para sancionar con fuertes estigmas simbólicos, sociales, políticos y emocionales el alejamiento de las normas. Por ejemplo, la patologización de la transexualidad a través de las políticas de verdad de las autoridades médicas que mediante un diagnóstico han interpelado a ciertas identidades trans* o la cosificación que se puede manifestar de diferentes maneras como la tercer-generización[10] que consiste en la imposición externa de una geografía identitaria diferente a la binaria generalmente imponiendo a las personas trans* a una categoría generalmente relacionada como un tercer género o un tercer sexo pero que con frecuencia tiene un matiz sensacionalista o invalidante, negándoles la posibilidad de que sean las propias personas trans* quienes puedan auto-adscribirse a la identidad genérica con la que se identifiquen, pues se perpetúa así que la idea que la identidad cisgénero es la única opción válida y natural; la objetivación[11] fuertemente relacionado con la idea cisgenérica del pasacentrismo articulada a la diferencia sexual por lo que el enfoque hacia el cuerpo, las historias y las identidades de las personas trans* se genitaliza y se convierten en objetos, separándolos de la persona y su dignidad; la trans-mistificación[12] derivada del pasacentrismo[13] y la objetivación en donde el centro de atención de las personas y los medios de comunicación se enfocan sobre el llamado cambio de sexo invisibilizando otras formas de violencias que obstaculizan el acceso libre, seguro y gratuito a servicios integrales a favor de una salud física y mental, incluyendo los derechos sexuales y reproductivos como el acceso al aborto seguro, gratuito y legal para las corporalidades gestantes diversas; la trans-interrogación que consiste en la intelectualización producto de la objetivación que se centra en la insistente pregunta de “por qué” existimos las personas trans* soslayando el proceso de construcción de todas las demás identidades. La trans-interrogación tiene dos efectos lamentables: al no cuestionar el proceso de construcción social de las identidades cis legítima la idea de su superioridad asimismo deja pasar la valiosa oportunidad académica y política de cuestionar y criticar al sistema normativo y estructural que se traduce en privilegios de nacimiento hacia las identidades cis y que al mismo tiempo oprime y excluye al resto de las identidades trans*.
El segundo plano de análisis que tiene que ver con la performatividad del género se relaciona con la cisnormatividad que consideraría al performance de género trans* como inferior, falso o actuado sin cuestionar que todas las personas estamos en un proceso continuo de hacer género de tal forma que el cuerpo, el género y la sexualidad de las personas trans* es generalmente asumido como artificial en tanto se suele asumir la posición identitaria cisgénero como un rasgo esencial, natural e interno del ser humano. A esto se ha conceptualizado como el privilegio cisgénero[14] que deviene en cissexismo, que consiste en asumir como inferior o menos auténtica la identidad de las personas trans* con respecto a las personas cis[15] con la consecuente negación de derechos fundamentales como el de la identidad o el de la libre asociación al legitimarse socialmente el rechazo de sus identidades de género por asumirlas como falsas o artificiales.
Es a partir de este privilegio cisgénero en donde se realiza una forma de violencia común: la desgenerización[16] que busca re-imponer una identidad asignada al nacer y que la persona trans* ha rechazado tanto discursiva como performativamente y se impone mediante la búsqueda obsesiva, tutelada y compulsiva de rasgos físicos, comportamientos o expresiones relacionados con los estereotipos ligados al género impuesto al nacer, y aunque es común que esta forma de violencia invasiva la padezcan las personas trans* también son víctimas las personas intersex y quienes no se ajustan a las normas o a los estereotipos de género[17].
La performatividad de género articulada no sólo con la cisnorma sino también con otros factores sociales como la clase social o el grupo étnico generaría diferentes fronteras imaginarias a partir de conceptos como el pasacentrismo[18] que consiste en la idea de la apropiación del privilegio cisgénero por parte de las personas trans*, pero condicionado a que la persona no sea identificada o se identifique como trans* pues en caso contrario se asume dicha apropiación como fraudulenta invisibilizando que el proceso de generización cotidianamente es socializado hacia todas las personas desde la infancia y que ejercemos esta actividad de forma inconsciente y especulativa de forma cotidiana. Quienes pasan y quienes no pasan se convierte en una forma de violencia de género hacia las personas trans* e incluso personas como Caster Semenya generando, en ciertos contextos sociales, procesos de jerarquización que justifican la exclusión.
Otra forma de violencia de género es la malgenerización[19] que tiene el objeto de negar a nivel discursivo el reconocimiento social al performance de género de la persona trans* frecuentemente manifestado cuando se le llama a un hombre trans* en femenino o a una mujer trans* en masculino.
El tercer plano de análisis tiene que ver con la influencia del lenguaje en la construcción del contexto social que determina las condiciones de posibilidad en el acto del habla. En el análisis de las violencias de género hacia las personas trans* estaría relacionado con la ausencia de nominación y falta de reconocimiento dentro de las relaciones de poder en las estructuras familiares, sociales, políticas y económicas. Se manifiesta desde la exclusión del entorno familiar como un acto de autoridad de rechazo a la discursividad de la hija o el hijo trans*, en la invisibilización de las experiencias y vivencias de las personas trans* en los estudios académicos, los movimientos sociales o las encuestas y estudios de instituciones públicas o privadas y hasta en la negativa de las instituciones del Estado en reconocer legalmente el nombre y el sexo auto-afirmado de las personas trans*, o bien, el establecimiento de procedimientos largos y costosos que representan obstáculos que impiden el ejercicio de derechos fundamentales como obligar que las rectificaciones de los documentos de identidad de las personas trans*, históricamente precarizadas, pasen por procesos judiciales costosos, por procesos desgastantes de tutela médica y patologización así como de revictimización social y jurídica, lo que a la postre condena a las poblaciones trans* al ostracismo social, al desempleo y a tener esperanzas de vida que no superan los 35 años, de acuerdo a informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Moreno considera a la interpelación como el acto ilocucionario definitivo para constituir social y discursivamente al sujeto, por lo tanto, en el caso de las poblaciones trans*, sea de forma implícita u oficial, su objetivo es colocar a la persona en el lugar de la abyección para evitar así su reconocimiento.
Sin embargo, la interpelación puede ser una herramienta valiosa para otorgar visibilidad y reconocimiento social a las identidades trans* por parte de las instituciones del Estado de ahí que para muchas poblaciones trans* sea parte prioritaria en las agendas políticas el reconocimiento legal a nuestras identidades de género y que la rectificación de los documentos de identidad sean producto de trámites administrativos, gratuitos y expeditos y no mediante jurisdicciones voluntarias que –junto con los prejuicios sociales- se vuelven obstáculos que materializan formas de discriminación indirectas legalizadas por el Estado, aceptadas socialmente y que nos cierran la puerta al ejercicio de otros derechos fundamentales convirtiendo a los sectores más precarizados de las poblaciones trans en situación de ilegalidad en su propio país al carecer de documentos de identidad que les representen.
Finalmente, el cuarto plano de análisis de Moreno se relacionaría con la contextualidad que permitiría identificar efectivamente la violencia de género hacia la persona trans* a partir del contenido ilocucionario y la fuerza ilocucionaria que tendrían por objeto deshacer el género de las personas trans* de forma simbólica, social, política y/o física. Ésta última representaría la forma más agresiva de violencia de género que se pueden traducir en agresiones físicas como golpes, violencia sexual, tortura y hasta la forma más extrema como el asesinato entendido como acto definitivo para eliminar el desplazamiento de un performance de género que se considera abyecto o ininteligible donde los factores de clase, categoría racial, diversidad funcional y corporal, entre otros, se articulan de forma compleja; lo que explicaría por qué unas posiciones identitarias son más excluidas que otras, por qué unas gozan de ciertos privilegios y se les permite la existencia social en tanto otras son sistemáticamente excluidas, invisibilizadas, torturadas y asesinadas.
Conclusiones
Si bien se han abordado separadamente los cuatro planos de análisis para reflexionar sobre las lógicas de exclusión hacia las personas trans* se considera que estos planos participan activamente y se superponen de forma compleja para constituir las diferentes formas de violencia que se han señalado de forma enunciativa más no limitativa.
Las violencias de género hacia las personas trans* (y en realidad hacia cualquier persona que no se conforme a la matriz sexo/género binaria judeocristiana biomédica) pueden entenderse como actos o discursos que tienen como objetivo impedir la materialización o corporización de identidades emergentes subversivas a partir de la fractura de su iterabilidad, o bien, a partir de la imposición de discursos o prácticas que tengan por objeto asimilarlas dentro de las normas y discursos hegemónicos para sólo así obtener legitimidad y mantener inalterado el (cis) tema de producción de cuerpos binarios y opuestos para garantizar el mandato de la procreación.
Asimismo, también pueden leerse como interrupciones u obstáculos al proceso de materialización de las identidades al impedir la iterabilidad para evitar así materializar el surgimiento de las fronteras imaginarias de las identidades emergentes lo que fortalece su vulneración y debilita la permanencia colectiva de los cuerpos desplazados de la norma.
Si partimos que las identidades subjetivas y colectivas son construcciones sociales e históricas en contextos de poder, dentro de ciertos espacios discursivos y que las diferentes violencias de género no sólo tienen el efecto de sancionar sino de seguir legitimando como únicamente válidos ciertos performances de género al mismo tiempo es preciso reconocer que hacer género no se puede abstraer del contexto del sistema sexo/género que nos rodea por lo que el espacio para ampliar las fronteras de inteligibilidad de las identidades diversas es breve pero, sin embargo, existe.
Es en este espacio donde no sólo se dan los desplazamientos sino las diferentes formas de violencia de género que oprimen para alinear, obligar a asimilar, invisibilizar o desaparecer a las disidencias sexuales y de género.
Por lo tanto, ¿es posible pensar en violencias de género más allá del sexo de la persona agredida y la persona que agrede incorporando el acto performativo que participa en la constitución de las identidades en contextos de relaciones de poder? De esta forma, ¿las diferentes formas de violencias de género, adicional a su efecto sancionador, también tendrán performativamente una función de dotar de solidez y consistencia a un performance de género que en términos de poder históricamente se han ubicado en un plano de superioridad tanto subjetiva, social y políticamente para dar consistencia a las identidades subjetivas y colectividades hegemónicas, incluso mediante discursos y prácticas violentamente normalizadas?
Se propone tener acercamientos a las violencias hacia las personas trans* así como a las diversidades sexuales y de género como la imposición agresiva de una frontera imaginaria que también da consistencia y legitimidad a quien hace el acto violento muchas veces mediante actos de autoridad reconocidos socialmente.
¿Podemos entender la legitimación social de hacer género en donde las propias violencias de género no sólo sean vistas como tecnologías de control y opresión sino como mecanismos explícitamente agresivos para dar consistencia y homogeneidad a las identidades subjetivas y colectivas que se asumen como naturales, válidas, únicas o superiores?
Aproximarse a las violencias de género desde esta concepción puede permitir hacer lecturas más amplias y complejas de las violencias de género que las personas y las colectividades ejercemos cotidianamente no sólo a partir de la categoría de género sino considerando también una articulación multisectorial que involucre otras categorías que, efectivamente, participan en la constitución de las subjetividades y los vínculos sociales como la clase, la categoría racial, la posición geográfica, corporal y funcional en la que nos ubiquen (mos).
Si bien, en este ejercicio se han analizado a las violencias de género dirigidas hacia las personas trans* es factible pensar que un abordaje a partir de la teoría performativa puede aportar claves teóricas y políticas para un proyecto de emancipación no sólo a favor de las personas trans* sino para cualquier persona o colectivo cuyo performance de género le ubique en el lugar de la abyección o la invisibilidad social y política.
Finalmente, se considera que el análisis de las violencias de género a partir de las aportaciones de la teoría performativa tiene un gran potencial para reflexionar no sólo sobre las violencias de género que viven las personas consideradas abyectas como las personas trans* o inferiores como las personas migrantes (alterizándolas) sino para cuestionar las propias violencias de género que ejercemos cotidianamente en los entornos en los que participan relaciones de poder para volvernos inteligibles en contextos sociales capitalistas, (cis) sexistas, clasistas, capacitistas, racistas, entre otras categorías, por lo que puede contener claves teóricas y políticas para pensar en trabajos complejos y articulados a partir de cambios subjetivos, sociales y políticos que tomen en cuenta los riesgos permanentes de replicar las lógicas de jerarquización y subordinación de unos cuerpos con respecto a otros. De otro modo ¿cómo podríamos concebir teorías de cambios políticos y sociales que no involucren el cuestionamiento a nuestras sesgos subjetivos y colectivos que pueden perpetuar, tolerar y justificar lógicas de subordinación y exclusión alimentadas por prejuicios sociales en sociedades que nos preciamos de ser democráticas, incluyentes y respetuosas de los derechos humanos?
Rebeca Garza
@Rivka_Azatl
Presentación
Luisa Rebeca Garza López es una mujer trans* funcionaria electoral del INE encargada de la coordinación de las actividades de capacitación electoral y educación cívica en el INE en el estado de Oaxaca. Cuenta con 17 años de experiencia electoral. Se asume como transfeminista. Es autora del libro “Trans*: entre lo personal y lo político: Violencias de género y participación política electoral de las personas trans* en México 1990-2016 dentro del sistema electoral mexicano (Versión Kindle)”, producto de su tesis de maestría obtenida con mención honorífica en el año 2016 por el INE-UANL. Tiene la acreditación de Especialista en la Formación para la Prevención y Sensibilización de las Violencias Basadas en el Género por parte de la Asociación de Estudios de Género para la Igualdad AEGI en 2013 y cuenta con el Certificado Género, sexualidad y cuerpo: debates contemporáneos por 17, Instituto de Teoría Crítica en 2017. Ha tenido una participación destacada en la promoción de los derechos políticos electorales de las personas trans* en México, forma parte de la Segunda Generación del Proyecto “Méxicos Posibles” y ha sido columnista invitada en medios como “Animal Político”.
[1] La “Campaña para redes sociales creada por poblaciones #trans mexicanas a favor de la #MareaVerde en México con una perspectiva interseccional y basada en derechos humanos #abortolegalmexico” se puede consultar aquí: https://beckgza.wordpress.com/2018/09/28/campana-para-redes-sociales-creada-por-poblaciones-trans-mexicanas-a-favor-de-la-mareaverde-en-mexico-con-una-perspectiva-interseccional-y-basada-en-derechos-humanos-%e2%80%aa-abortolegalmexico/
[2] Estos diálogos se pueden consultar en la siguiente liga: https://www.facebook.com/events/746071822402335/permalink/751524358523748/?notif_t=feedback_reaction_generic¬if_id=1538111914954302
[3] Se puede consultar sus opiniones a estas ideas de separatismo y sus implicaciones políticas recientes en la siguiente liga: https://youtu.be/_IXbYKeps9E .
[4] Garza, Rebeca, “Trans*: entre lo personal y lo político: Violencias de género y participación política electoral de las personas trans* en México 1990-2016 dentro del sistema electoral mexicano” (Versión Kindle). Extracto adaptado para esta revista.
[5] Judith Butler, Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista, Estados Unidos, John Hopkins University Press, 1998, pp. 270-282.
[6] Agueda Gómez Suárez, Los sistemas sexo/género en distintas sociedades: modelos analógicos y digitales, Madrid, Reis: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 2010, pp. 61-96 (Número 130).
[7] Pons Rabasa, Alba, y Miriam Sol García. “Transfeminismo, violencia, género”. Diagonal El Periódico. 13 de abril de 2011. https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/transfeminismo-violencia-genero.html (último acceso: 2016 de diciembre de 2016)
[8] Estela Serret, El género y lo simbólico. La constitución imaginaria de la identidad femenina, Oaxaca, Instituto de la Mujer Oaxaqueña, 2006.
[9] Hortensia Moreno, La noción de la performatividad de género para el análisis fílmico, Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, D.F., s.f., pp. 1-26.
[10] Julia Serano, Whipping Girl: a transsexual woman on sexism and the scapegoating of feminity, Berkeley, Seal Press, 2007, 391 páginas.
[11] J. Serano, op. cit.
[12] J. Serano, op. cit.
[13] Este concepto se aborda en el tercer plano de análisis.
[14] Concepto tomado de Julia Serano quien le llama privilegio cissexual, sin embargo, prefiero usar el concepto cisgénero para que sea más acorde con la teoría performativa dado que es el género, y no el sexo, el eje articulador de dichas violencias y privilegios. J. Serano, op. cit.
[15] Cis: apócope de cisgénero.
[16] J. Serano, op. cit.
[17] El caso más reciente fue la polémica alrededor de la deportista olímpica Caster Semenya o la agresión en 2014 a la actriz española María Díaz por un grupo de personas al confundirla con una mujer trans*.
[18] J. Serano, op. cit.
[19] J. Serano, op. cit.
Deja una respuesta