Cuando se habla de los logros alcanzados en los procesos electorales, poco se habla de la parte afectiva que forma parte de las redes que se van tejiendo conjuntamente con lo técnico y lo político en la organización de las elecciones.

Considero que en el proceso electoral de 2018, donde se operó la integración de las mesas directivas de la casilla única, también se pusieron a prueba estas redes afectivas y emocionales que ya existen o se crearon dentro o fuera de la institución pero que siempre soportan emocionalmente.

En mi experiencia, la organización de la elección de 2018 ha sido la más compleja y difícil de realizar por el hecho de organizar la integración e instalación de la casilla única que implicó una coordinación histórica entre los OPL del país con todos los niveles del INE y otras tantas instituciones, lo que implicó mayores y demandantes atribuciones que cumplir.

Esta experiencia es influenciada por 16 años de formación y trabajo como integrante del servicio profesional electoral del IFE/INE, con sus claroscuros: 9 años en materia de educación cívica y capacitación electoral en lugares como el sur mixteco-náhuatl-popoloca de Puebla; 3 años en el estado con el mayor nivel de abstencionismo electoral del país, Baja California; y 4 años en Oaxaca que es sumamente complejo tanto por su pluriculturalidad, por su complicada geografía y su impredecible entorno político. Pero también son 16 años viviendo lejos de Nuevo León, entidad donde crecí hasta los 23 años y donde aún viven mi padre, mi madre y mis hermanos; cada año la lejanía, la nostalgia y el envejecimiento cobran su factura.

Adicionalmente, mi experiencia es atravesada por mi identidad de mujer trans*, por las colaboraciones institucionales o personales, especialmente en el tema de los derechos políticos de las personas trans*, que implicó mi compromiso ético y político de dedicar parte de mi tiempo para apoyar en la exigencia del respeto a nuestros derechos humanos en diferentes espacios.

A dos meses de la jornada electoral, teniendo frescas las evaluaciones de los resultados de la integración de las mesas directivas de casilla y de las acciones realizadas dentro de lo planeado para promover la participación ciudadana en Oaxaca, mis recuerdos y sentimientos me remiten a un proceso electoral demandante que a la vez tuvo una dosis de incertidumbre a veces jurídica, a veces procedimental, en donde fue frecuente que lo urgente solía demandar más tiempo y esfuerzo que lo importante.

Por una parte, me siento satisfecha porque como parte del INE colaboré para garantizar elecciones periódicas y legítimas. Por otra, el sabor es agridulce porque efectivamente logramos articular la reforma electoral de 2014, sumamente compleja y con ambigüedades que se fueron resolviendo sobre la marcha, con todo el reto que esto significa por lo que es importante seguir haciendo ejercicios de autocrítica para identificar nuestras áreas de oportunidad en la organización de una elección presidencial con casilla única.

Me pregunto ¿A qué costo humano? ¿Cuál es el desgaste afectivo que sufren paralelamente las personas que acompañan nuestras vidas en esta particular carrera contra reloj que es organizar elecciones? ¿Las personas que dirigen las instituciones ven este soporte y reconocen el desgaste de estas redes afectivas que nos sostienen? ¿Cuántas mujeres, niñas, adolescentes y abuelas reciben la carga de cuidados en comparación con los hombres? Si lo ven, si las ven ¿cuál es el costo humano que se está en disposición de pagar cada tres años que surgen los debates que rodean a las frecuentes reformas electorales? ¿Qué cambios estructurales se pueden realizar para reconocer, cuidar y proteger a estas redes poco visibles?

Reconozco y agradezco a mis redes afectivas y de apoyo que se despliegan como raíces que me han sostenido emocionalmente en los días más exigentes o cuando la ansiedad por atender diversos pendientes al mismo tiempo y en calidad de urgente me hacía sentir frustrada e impotente: a mi esposo que me abrazó y escuchó pacientemente las noches que llegué a casa con el rostro cansado tratando de resolver los problemas laborales en mi mente; a mis dos perros y mi gato que nunca erraron al hacerme sonreír; a mi equipo de trabajo integrado hasta por 15 personas donde a pesar que hubo días dignos de drama de culebrón, fueron mucho más los días de risa, apoyo y cuidados mutuos; a mi familias elegidas y no elegidas quienes a pesar de la distancia siempre hicieron sentir cariñosamente su presencia; a aquella llamada telefónica de alguna amistad o del trabajo que sirvió para hacer catarsis; a las compañeras y compañeros que nunca olvidaron la palabra de aliento, la pregunta genuina y preocupada por la salud o el fuerte abrazo oportuno que permitió detener el tiempo, respirar profundamente y seguir adelante.

Particularmente, la organización de este proceso electoral 2018 me deja una lección importante y valiosa: no es posible exigir altos estándares de calidad o metas ambiciosas como las que generalmente se derivan de cada reforma electoral sin cuidar de las personas y sus redes afectivas que, como en mi caso, son fundamentales para mantener un ambiente de trabajo saludable pero al mismo tiempo motivante y que puede ser clave para el establecimiento de una cultura de mejora continua, sin los riesgos de rozar el hostigamiento o el acoso voluntario o involuntario en los espacios de trabajo.

Estoy consciente que para algunas personas les puede parecer poco profesional o poco importante hablar de lo afectivo en el espacio laboral, sin embargo, estas redes de afecto operan desde el momento que se despliega toda una estructura de profesionales electorales que se convierte en un ejército constituido de miles de SE, CAE, personal técnico electoral, capturistas, cientos de miles de ciudadanas y ciudadanos que voluntariamente integraron las mesas directivas de casilla y que, por consiguiente, implicó negociar con la familia –o con las propias redes de afecto- sobre cómo atender la responsabilidad de ser funcionaria o funcionaria donde participaron por más de 12 horas continuas, tiempo que dejaron de dedicar a sus seres queridos.

Considero que estas redes también fueron clave para la aprobación del Protocolo Trans del INE y para asegurar una participación activa y comprometida de las poblaciones trans* y alianzas en su diseño, instrumentación y evaluación y  se activaron en Oaxaca cuando corrientes feministas se aliaron con colectivos de personas trans* y muxe para denunciar las falsas candidaturas trans que fueron altamente controversiales.

Frecuentemente, durante los procesos electorales recibimos un bombardeo de noticias que revelan que la lucha por el poder político saca lo peor de quienes compiten por él, sin embargo, hay otra narrativa a recuperar y fortalecer: las redes de afecto que nos dan fortaleza emocional, compensan nuestras carencias de conocimientos y saberes y además nos permiten mostrar una mejor cara como seres humanos y que tienen la importancia de trascender jerarquías, instituciones, ideologías políticas e incluso los propios procesos electorales porque nos acompañan como parte de nuestros procesos cotidianos de socialización.

Luisa Rebeca Garza López

@Rivka_Azatl

PD. La crónica forma parte del libro «Crónica del Proceso Electoral 2018» de Jesús Rodríguez Zepeda y editado por el Instituto Nacional Electoral.